La situación energética en Cuba es de el último capítulo en una guerra económica que ha durado más de seis décadas. A simple vista, los apagones, la falta de combustible y las dificultades diarias de los cubanos parecen ser consecuencia de la geografía insular o de la escasez global de recursos. Pero detrás de cada corte de luz y cada parada de autobús, se esconde la mano invisible del imperialismo yanqui. Sí, el mismo que ha intentado sofocar cualquier intento de independencia económica en América Latina, desde el golpe en Guatemala en 1954 hasta la intromisión en Venezuela.
Si miras desde fuera, Cuba parece vivir entre sombras, apagada, con sus luces intermitentes parpadeando entre un mar de carencias. Pero si miras de cerca, lo que ves no es oscuridad, es resistencia. El bloqueo energético que sufre la isla no es solo una cuestión de apagones, de motores que dejan de rugir o de cables que no conducen. Es la encarnación moderna de una lucha ancestral: la de David contra Goliat, la del pequeño pueblo que, a fuerza de aguante y coraje, se enfrenta al gigante más monstruoso que ha conocido este lado del mundo, el imperialismo yanqui.
El bloqueo económico, al que insisten en llamar un “embargo”, no es más que una herramienta de asfixia diseñada para hacer colapsar al gobierno cubano, o mejor dicho, para hacer que el pueblo cubano se arrodille ante los intereses estadounidenses. Lo que se está jugando en esta crisis energética es mucho más que electricidad; es la soberanía misma de la nación cubana.
No nos engañemos. El problema energético en Cuba no es técnico ni logístico, es político. Los apagones en La Habana y Santiago, el combustible que falta en Holguín, la electricidad que se va en Matanzas no son fallos de un sistema ineficiente. Son las cicatrices de una guerra económica prolongada que EE.UU. lleva librando contra un pueblo entero, con la esperanza de que en algún momento se cansen de resistir.
El petróleo, un recurso esencial para la supervivencia de cualquier economía moderna, ha sido usado como un arma en esta guerra prolongada. Las sanciones estadounidenses no solo han bloqueado la entrada de combustible a la isla, sino también el acceso a tecnologías energéticas que podrían haber modernizado la infraestructura cubana. Cada intento de romper el cerco, ya sea mediante acuerdos con Venezuela o proyectos de energías renovables, es bloqueado por el gigante del norte.
La estrategia es vieja: ahoga al pueblo para que se vuelva contra su gobierno. Pero no es cualquier pueblo el que están ahogando. Es el pueblo cubano. Y si hay algo que Cuba ha demostrado al mundo, es que la dignidad puede vivir incluso en las penumbras más oscuras. Porque mientras en Washington planean sanciones y bloqueos, en Cuba se sigue soñando con libertad, con soberanía, con esa palabra tan antigua y tan hermosa que todavía resuena en los montes de la Sierra Maestra: revolución.
En Washington, claro, lo llaman “presión diplomática”, pero en La Habana y en el resto de América Latina sabemos bien que esto no es más que imperialismo puro y duro. El objetivo final siempre ha sido el mismo: quebrar al pueblo cubano. Pero, hasta ahora, el pueblo ha demostrado una resistencia que ni el poderío militar ni la maquinaria económica de Estados Unidos han logrado doblegar.
Lo que no entiende el imperio es que, por cada kilovatio que le quitan a Cuba, le regalan una nueva razón para luchar. Porque mientras hay sombra, también hay luz. La luz de los que se niegan a rendirse, la de los que siguen adelante aun cuando el combustible se acaba y las máquinas paran. La luz de los que saben que no es la energía lo que mantiene en pie a una nación, sino la voluntad de su gente.
Sin embargo, las consecuencias son palpables. Apagones constantes, transportes parados, hospitales que no pueden operar al 100%. Las políticas de la Casa Blanca no golpean directamente a la dirigencia cubana, sino a los hombres y mujeres de a pie, aquellos que se esfuerzan día a día por mantener a flote un país bloqueado. Lo que no calculan en los pasillos del poder en Washington es que, con cada nueva sanción, no están debilitando la revolución cubana, sino fortaleciendo su espíritu de resistencia.
Cuba, en su crisis energética, no está apagada. Está encendida con la fuerza de quienes, a pesar de todo, siguen creyendo en un mañana sin imperialismo. ¿Y qué importa si el norte la quiere apagar? Si algo nos ha enseñado la historia es que, en las noches más largas, es cuando los sueños más brillan.
En Cuba no se enfrentan solo a un problema energético, sino a una batalla más amplia por su derecho a existir como una nación soberana. Y el imperialismo yanqui, como siempre, subestima la capacidad de resistencia de los pueblos de América Latina.
Mensaje de solidaridad
A ti, Cuba, que enciendes nuestras esperanzas incluso desde tus apagones. A ti, que resistes con la misma fuerza con la que nuestros pueblos han resistido por siglos. Desde cada rincón de América Latina, te abrazamos en tu lucha, te admiramos en tu dignidad. No estás sola. En cada chispa de rebeldía que enciendes, nosotros también ardemos. ¡Que nunca apaguen tu luz!